El corazón del Museo James Turrell, en la Bodega Colomé

El vino y el arte comparten una relación profundamente simbiótica. La capacidad de los viticultores de contar una historia a través de la elaboración del vino y de evocar determinados estados de ánimo y emociones guarda un gran paralelismo con el arte. Cuando alguien se sirve una copa de su vino favorito, está participando en los mismos procesos interactivos y sensoriales que se producen entre un artista y el espectador de su obra. Ambos son momentos de meditación y concentran los sentidos de una manera casi inigualable. Nos animan a hacer una pausa y a relajar la mente. Son fuentes de contemplación y revelación.

Estas sinergias entre el vino y el arte se vuelven más que evidentes y palpables aquí, en la Bodega Colomé, gracias a nuestro fundador, Donald Hess, y su gusto por la excelencia. Su doble pasión por el vino y el arte hace que la Bodega Colomé no solo sea pionera en el cultivo de vinos de altura, sino que también albergue el único museo del mundo dedicado exclusivamente a la obra del célebre artista californiano James Turrell. Donald es uno de los más destacados coleccionistas de arte contemporáneo, con una cartera ecléctica que abarca cinco décadas y contiene nombres tan ilustres como Andy Goldsworthy, Francis Bacon, Katsura Funakoshi, Gerhard Richter, Magdalena Abakanowicz y Robert Rauschenberg. Además, lleva mucho tiempo enamorado de las hipnóticas instalaciones de luz en trampantojo de Turrell, ya que adquirió una de sus obras en la década de 1970. Cuando compró Colomé en 2001, supo inmediatamente que era un lugar inmejorable para albergar su colección Turrell, debido a la luz extraordinaria que confiere a la obra una fuerza e intensidad adicionales. 

El propio Turrell está considerado como uno de los principales artistas estadounidenses de la posguerra: un orquestador de la luz que ha dedicado su práctica a explorar la experiencia sensorial del espacio, el color y la percepción. Sus obras, formalmente sencillas, reflexionan sobre los límites de la vista y, al mismo tiempo, buscan expresar el pensamiento que provocan. Sabe captar y recoger la luz de tal manera que no se trata tanto de lo que revelan otros objetos sino de como que ella misma es la revelación con su propia forma y estructura. «Mi deseo es crear una situación en la que pueda involucrar al espectador y permitirle ver. Que se convierta en su experiencia», ha dicho Turrell sobre su obra.

En el interior del museo, los visitantes pueden explorar 18.000 pies cuadrados de espacio de exposición divididos en nueve cámaras construidas según las especificaciones del propio Turrell. En conjunto, las obras proporcionan una instantánea de la exitosa carrera de medio siglo del artista y ofrecen una ventana a su visión artística, preocupada por tender un puente entre lo material e inmaterial. El carácter interactivo de las obras se hace patente nada más entrar en cada sala, ya que las hileras de tonos y matices multicromáticos recorren tranquilamente las paredes, alterando tanto la percepción del espacio como las ideas preconcebidas sobre el arte.

Los dos principales objetos expuestos fueron encargados especialmente por Donald para el museo. La primera, titulada Spread, es un entorno de 4.000 pies cuadrados que envuelve a los visitantes con una vibrante luz azul diseñada para crear un ambiente zen perfecto para la contemplación tranquila. Turrell denomina a estas obras «Ganzfeld», haciendo referencia a una palabra alemana para describir la pérdida total de la percepción de la profundidad y el fenómeno óptico en el que no hay nada que el ojo pueda enfocar. La luz es tan potente que el espacio se convierte en un abismo iluminado y resplandeciente, como si los espectadores estuvieran encerrados en una intensa pintura de color.

La segunda pieza es la estrella del museo. A la fecha, el más grande de los skyspaces emblemáticos de Turrell: Unseen Blue. Con la apariencia de un atrio de estilo romano y una abertura en el techo al cielo despejado de Colomé, Turrell busca aprovechar la belleza de la cambiante luz natural a lo largo del día y la combina con un elaborado espectáculo de luz artificial cuidadosamente diseñado que crea un efecto embriagador y trascendental. Para apreciar la máxima expresión del espacio aéreo, debe experimentarse al amanecer o al anochecer, cuando el juego de colores en evolución es tan espectacularmente fascinante que invita a un momento de profunda introspección.

Aparte de estas dos instalaciones, otras obras permanentes de la colección incluyen Alta Green, una de las primeras obras de Turrell que muestra los primeros experimentos del artista con la luz y la arquitectura, así como Lunette, un pasillo oscuro cuyo interior está marcado por un portal vertical que da al cielo exterior y está lleno de luz blanca de neón. También hay numerosos dibujos y un conjunto de aguafuertes impresionantes que traducen su visión de evocar la conciencia metafísica en forma bidimensional.

Al salir del museo y reencontrarse con las vistas ininterrumpidas sobre las estribaciones andinas, es difícil pensar en un artista más digno de su propio museo en Bodega Colomé que James Turrell. Su arte, al igual que nuestros vinos y su ubicación, comparten una capacidad única de crear experiencias sensoriales puras. Cuanto uno más se entrega a ellos, más profundos pueden ser. Estar en presencia de un Turrell es estar momentáneamente suspendido en el tiempo. Con Colomé ocurre lo mismo. Hay una armonía tan particular entre las instalaciones de luz de Turrell y el Colomé epicúreo que hace que nos preguntemos: ¿hay algún otro lugar en el mundo donde el vino y el arte se unan de forma tan majestuosa?

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La entrada al Museo James Turrell en la Bodega Colomé está incluida en el precio de una visita guiada que también incorpora una cata de vinos. Puede obtener más información en bodegacolome.com/es/hospitalidad.